miércoles, 8 de junio de 2011

La opción imposible

Dosis ingentes de autocontrol no tengo la certeza que sean suficientes para evitar que mi autoestima desbordante se transmute y tome forma de ingenua vanidad o capital soberbia.

"Ella pudo elegir" son las palabras que resuenan en mi mente. Porque no fui yo quien fue a buscarla. Porque no fui yo quien entre la turba halló sus ojos. Porque no fui yo quien no pudo evitar mostrar tan jovial sonrisa.

No, no fui yo quien pudo elegir, sino ella, y fue precisamente su libre albedrío el que condujo sus pasos. Porque, efectivamente ella reconsideró sus actos, pensó qué hacer y sin duda tomó la decisión: eligió girar sobre sus pies, volver atrás, desandar el camino andado, retroceder, y hablarme.

Resulta obvio y evidente que ciertamente ella pudo haber elegido cualquiera otra opción, como seguir su camino sin hablarme. Pero no, ella eligió decidir. No hubo nada pues de casual encuentro, ni del azaroso destino. Inevitablemente si hablamos fue porque ella así lo decidió y lo quiso, aunque pareciera imposible.

Mentiría si afirmase que alguna vez hasta hoy, una chica dio media vuelta después de pasar por delante de mí, para acercarse hasta donde yo estaba y asaltarme con el tópico y típico pero muy efectivo "¿nos conocemos?".

Me encontraba junto a la barra de un local charlando con un amigo a punto de regresar a casa, cuando vi que mi amigo me sonreía porque se acercaba a nosotros una chica. Lo cierto es que entonces me di cuenta de que hacía apenas un momento que la habíamos visto pasar por delante de nosotros. Sin embargo ella se giró para venir directa hacia donde estábamos. Mi amigo intentó enseguida iniciar una conversación, pero ella a quien miraba era a mí. Fue entonces cuando yo la miré fijamente mientras de reojo comprobaba que mi amigo no podía contener esa estúpida risa nerviosa de quien observa de cerca a una deslumbrante morena auténtica de pelo corto y ojos de coca-cola hablando con un conocido: yo, en este caso.

No estaba preparado para una situación similar. Así que el silencio más que incómodo fue estúpido por mi parte, porque las palabras y mi voz habían huido de mí y mi mente estaba helada procesando en tiempo real los acontecimientos de los que estaba disfrutando. Mi amigo, muy oportunamente, nos dejó solos.

"Hola" creo que fue lo que al fin dije, casi un minuto de eterno silencio después de su saludo. A las habituales cuestiones "de dónde eres" y "a qué te dedicas" concluimos la charla despidiéndonos con el compromiso de una llamada telefónica.

- Es imposible que ella te llame – me dijo riendo mi amigo cuando regresó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenido.
Es un placer saber qué opinas del blog o de alguna entrada en concreto.
¡Adelante!